
Mía se la pasaba todo el tiempo encerrada en su cuarto con su máquina de escribir, amaba tanto escribir y pase lo que pase estaba dispuesta a cumplir su sueño de escribir su primer libro, pero una serie de sucesos la llevaron a ir por el camino contrario, se había publicado una ley en donde se prohibía la escritura y lectura en el país, y cualquiera que transgrediera dicha ley lo encerraban en prisión. Triste Mía con el entrecejo fruncido pensaba, en hacerlo a escondidas y quizá publicarlo en otro país porque no iba a rendirse a sus sueños tan fácilmente. Amaba crear historias, crear mundos, así que se disponía a escribir a escondidas todas las tardes cuando legaba de trabajar.
Cuando terminó el libro, la miseria la devoraba y se había puesto de novia, pero nunca abandonó la escritura, ahora escribía relatos y cuentos para niños y jóvenes con la esperanza de que algún día se cancelara esa ley. Pero obviamente eso parecía un futuro muy muy lejano y casi imposible.
Con el correr del tiempo, habían pasado veinte años y ella se había casado y ya tenía dos hijos, se había olvidado de la escritura o al menos es lo que creía ella, porque una tarde cuando fue a su cuarto apurada en buscar su ropa de gala para una asamblea muy importante, encuentra en el fondo de su armario una caja, que ella misma había guardado durante su adolescencia, la abrió lentamente y contenía el libro que ella había escrito y los cuentos que decidió leerlos mientras recordaba esos momentos y una lágrima rondaba por su mejilla, recordó lo que amaba la escritura, y se lamentaba el haberla dejado, el no haber luchado para que se rechazara esa ley. Ahora Mía le leía esos cuentos a sus hijos antes de dormir, cerraba las ventanas para que nadie se enterara de que leía cuentos, hizo eso durante muchas noches hasta que un día la policía golpea la puerta de su casa buscando a una criminal con su descripción. Nunca supo Mía de que manera se enteraron pero era aún más injusto que la llamen criminal solo por escribir, y por leer, se la llevaron detenida; sus hijos la miraban mientras la subían al móvil.
Así pasaron cinco años Mía encerrada en su celda y sus hijos viviendo con su padre, quienes la visitaban todos los días, y cada vez que el guardia se iba sus hijos le relataban a Mía palabra por palabra los cuentos que ella le leía, Mía lloraba de emoción al saber que a ellos les habían gustado los cuentos. Y entonces ella pensó, en que tal vez esa época no era el momento pero tal vez más adelante la gente reaccione y rechace esa ley, así que cuando su marido pagó la fianza ella fue hasta su armario sacó los cuentos y se los regaló a sus hijos quienes los recibieron encantados como si fuera oro, y el libro que había escrito era una novela que trataba de una hermosa princesa que luchaba por sus sueños aunque se vieran imposibles, si bien el libro no tenía tapa ya que era un borrador, ella le puso su nombre, lo guardó en la caja y la enterró en el fondo de su casa, con la esperanza de que en el futuro alguien la encuentre y publique su libro, tenía la esperanza de que aunque sea después de muerta conseguir cumplir el sueño de que su libro esté publicado.
Siguió viviendo su vida normalmente, con su marido y sus hijos, la ley aún seguía en pie y peor, ahora le daban pena de muerte al que encontraran leyendo o escribiendo. Con el tiempo Mía comenzó a enfermar, un extraño cáncer en su sangre le decía que era hora de partir, veía a sus hijos ya grandes llorando al lado de su cama, su marido tomándole la mano y con la cara humedecida de lágrimas le dio un beso. Mía empezó a ver borroso, ya estaba viendo una luz pero antes de partir, dijo con el último suspiro:
“La escritura es arte, no pueden prohibirla”
Y al mismo tiempo les dio a sus hijos un pergamino, donde había un mapa; con las pistas e indicaciones de la ubicación de su libro.
Alexis Deblasis
